Encuentro Picante (Primera parte)



Relato ambientado en época Inca.
Antes del mediodía el joven Hatun Percay, hermano menor de Inca Roca, se acercaba al futuro palacio de su hermano, siempre lo hacía de tarde, pero en esta ocasión vino de mañana; luego de recorrer el exterior, se detuvo en la puerta del recinto en construcción mientras era saludado por tres guardias presentes en la entrada.
—Buenos días, príncipe.
—Buenos días, veo que las obras están casi terminadas. ¿Dónde está el ingeniero constructor?
—Señor, el ingeniero constructor, no se encuentra, salió a ver la construcción de la escuela.
Hatun Percay entró y miró el recinto, la construcción de piedra con variados ambientes, dignos de un rey, impresionaba por la gran calidad en sus detalles, aunque todavía faltaba la decoración interna y los enseres. Luego de pasear por sus diferentes salones, donde los obreros laboraban, llegó la hora de comer; a los obreros les traían su comida de sus hogares, a los capataces se les cocinaba y comían bajo un toldo cerca de la construcción, al lado de una casa; había mujeres encargadas de esa labor que atendían a los capataces Orejones (descendientes de los nobles incas) diariamente; estos acudían al llamado para almorzar saliendo de la construcción, sentándose bajo la sombra del dicho toldo. Una vez que todos dejaron la construcción de palacio, el hermano de Inca Roca salió de la obra con tierra en su ropa como si hubiera trabajado, desde ese ingreso vio a una hermosa joven con una trenza hecha de su larga cabellera negra, trabajando junto a las cocineras en la casa de enfrente; por un instante se paralizó para apreciarla. Se acercó al guardia que estaba cerca y le preguntó. 
—¿Quiénes son ellas? No las he visto antes
—Ellas son las que cocinan la comida para los capataces y nosotros, príncipe.
En esta época los días eran soleados y el cielo azul, con este ambiente se prefería comer fuera de esa casa, para disfrutar del clima; se reunieron alrededor de treinta capataces y sus secretarios, entre ellos los jefes encargados de traer los troncos, de traer la paja, de medir y cortar las vigas, hacer las puertas, los que hacían las amarras, encargados de terminar el piso, de apuntalar la paredes de madera para dividir los diferentes ambientes, encargados del jardín y de las diferentes plantas y otros diferentes oficios, habían diferentes cuadrillas porque había varios galpones que terminar; en todo momento se hablaba y se coordinaban las acciones a seguir. 
—Ella es bella —murmuró.
En el reino Inca sólo las mujeres solteras nobles o plebeyas, tenían una trenza en su cabellera que era usada desde el inicio de la menstruación. 
El joven príncipe caminó a la casa y se acercó a la cocina, donde las mujeres servían la comida, para conocer a la joven que lo deslumbró con su encanto; al verlo cerca, ella se le adelantó y con su voz chillona le habló amable y con reverencia al Orejón de pelo corto.
—Buenas tardes, señor; tome asiento. No lo había visto antes en la obra. ¿De qué parte se encarga?
—Oh, soy nuevo; vengo a dirigir la construcción del techo —respondió Hatun Percay señalando el techo y haciendo disimuladamente una seña con la mano a los capataces para que le siguieran la farsa—. El trabajo me ha dado hambre. Me llamo Hatun. ¿Cuál es su nombre, señorita?
—Nina Wayra, señor. 
Deslumbrado con la joven, el Orejón salió de la cocina sin dejar de mirarla, dando una sonrisa y sintiéndose atrapado sin querer liberarse; luego de unos pasos, se sentó en una tabla larga colocada sobre adobes de barro que funcionaba como asiento, junto a los capataces que lo miraron sorprendidos mientras tomaban su sopa. Ella ordenó a los sirvientes traer un plato y cuchara para el nuevo capataz; él recibió los utensilios y Nina Wayra le sirvió una sopa cargada de tubérculos, vegetales y carne, de una olla que dos sirvientes cargaban. El príncipe cautivado, hermano menor de Inca Roca, no dejó de observar a la joven.
—Esta comida es altamente reconstituyente, el cansancio no se va a sentir y terminará la faena sin problemas.
—Gracias.



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