La doncella del arroyo
Fuera de la ciudad, bajo un bello cielo azul, el soberano inca y su delegación se desplazaron por senderos de tierra entre las montañas, grandes quebradas marrones y zonas de vegetación abundante, rumbo al pueblo de Coya; el reino Inca tenía que demostrar que era fuerte ante sus vecinos. Luego de varias horas de caminata, hicieron una parada en una gran zona de vegetación llena de flores, arbustos y árboles, con brotes de muchos colores, recorrido por arroyos de agua pura, donde el Inca observó el paisaje antes de arribar al pueblo; el estrés de la carga del reino le pesaba y un poco de naturaleza, no le vendría nada mal; sentado en su asiento sobre sus andas de oro con determinación levantó los brazos y observó el cielo azul. —Voy a apreciar un poco de la madre tierra y a adorar su color verde. Hoy el padre Sol la ilumina con mucha fuerza. Bajen las andas. —Excelencia, no estamos lejos del pueblo, ahí podremos descansar. —No se altere, capitán, será un momento corto; mi