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LA PESADILLA - Segunda Parte

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Ambos iniciaron la corta carrera tomados de la mano, al llegar al borde del arroyo brincaron y despegaron, la orilla opuesta llena de hojas secas se veía cerca, pero el vuelo se hacía lento e interminable, de inmediato esa meta se alejaba haciendo injustificado el poco esfuerzo realizado, con desazón la pareja cayó sobre el agua hundiéndose. Bajo el agua el príncipe se vio solo, su esposa no estaba cerca, las hojas sobre el agua dejaban pasar la ten ue luz del cielo nublado, pero ella no aparecía; con desesperación miraba a su alrededor, pero no la hallaba; sin perder tiempo salió a flote, respiró profundo y dejó que el agua discurriera por su corta cabellera. —¡Mi amor! ¿Dónde estás? Nadó hacia la orilla sin, todavía, poderla hallar, se cogió del borde del arroyo, levantó la cabeza y con sorpresa la observó apartada en medio de la pradera, seca, con su hermosa cabellera negra extendida por el viento, como si no hubiera caído al agua. —Mi amor, ahí voy. La tragedia no terminaba, c

LA PESADILLA – Primera parte

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La noche estrellada y sin luna mostraba un espectáculo de quietud, en el campo alejado de la metrópoli sólo el sonido que hacían los insectos la acompañaba, pero permitía el descanso de las familias que habitaban esos sitios. Por las calles de la urbe cusqueña con casas de adobe y techos de paja, las antorchas iluminaban el paso de los soldados con sus escudos y lanzas para asegurar la tranquilidad y permitir el sosiego de sus habitantes; la ciudad capital de los incas descansaba luego de un arduo día de trabajo; nobles y vasallos recuperaban energía para continuar sus vidas, el relajador sueño era disfrutado por todos y el deseo de que esa tranquilidad se vuelva realidad los afectaba por igual. En el palacio del soberano Inca, el príncipe heredero descansaba en su habitación junto a su esposa sobre una cómoda cama formada con mantas de lana de vicuña y alpaca; en la imagen que se formaba en su sueño, el noble corría de la mano de su querida esposa por el campo verde con sus sandali

LA SANCIÓN - Segunda Parte

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Su respiración aumentaba, la tensión a su cuerpo llegaba, sus ojos se abrían para observar a su capitán y su reacción, pero este no se movió ni habló en su defensa; ahora su desdicha aumentaba, esto sólo podía significar algo malo para su actual carrera militar. El asunto había pasado a niveles más altos, en consecuencia el castigo sería mayor. Al ver que el oficial bajó la cabeza, el capitán intervino. —Teniente. Todo se convirtió en oscuridad a su alrededor con ojos que lo observaban detenidamente, pensando en que defraudaba a su familia; el apoyo de su oficial no fue el esperado; nada de esto pasaría si no le hubieran dado una misión difícil, pero su alegato cayó en saco roto. De inmediato una voz lo regresó al salón. —¡Teniente Hualpa, mirada al frente! —Insistió el capitán con vehemencia. —Sí, señor —respondió sin ánimo levantando la mirada. —Una vez analizado los informes de sus superiores sobre su desempeño en el campo de batalla y concluyendo que en su estado

LA SANCIÓN - Primera parte

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El teniente vestido de roja, capa verde, orejeras de oro, arma al hombro y casco bajo el brazo, ingresó al cuartel general dirigiéndose al salón de guerra, donde su capitán lo había citado; él sabía la razón de la citación, la última acción en campaña contra los enemigos del reino no le favorecía, su desenvolvimiento en batalla no estaba a la par de sus colegas; esto lo llevaba a concluir que recibiera una severa amonestación por su conducta. Al llegar a la puerta del salón, se presentó ante los dos soldados de larga cabellera que sostenían lanzas y escudos, parados en la puerta. —Soy el teniente Hualpa, el capitán me citó. —Un momento, teniente. Uno de los soldados ingresó para anunciar su llegada; segundos después lo hicieron ingresar. —Teniente Hualpa, señor. El teniente se paró delante de los superiores e hizo reverencia inclinando levemente el torso. Dentro del recinto un general con capa roja y su capitán con capa negra se encontraban sentados en bancos de madera, el secretar

EL ENCUENTRO - Segunda Parte

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—Idiota, te vengo a recoger porque seguro te quedaste dormi… Una delicada mano aparecía para sostener la puerta, luego una bella señorita de quince años de edad, con una trenza larga hecha con sus cabellos negros y brillantes, vestida de amarillo, con joyas en las muñecas y bolsa de tela que colgaba del hombro se paró en la entrada. —¿Vienes a ver a mi hermano? Ahora parecía que el idiota era otro. La bella joven estaba lista para ir a trabajar a los establos de llamas, al oeste de la ciudad, con delicadeza cerraba la puerta y miraba al militar; Túpac se quedó sin habla, como si estuviera en trance; ella sonreía y él sólo la miraba, embobado, procesando la información recibida sobre el parentesco familiar. —¿Tu hermano? —Apu es mi hermano, no tarda en salir, está conversando con mi padre, ¿eres militar? —Preguntó la joven mientras daba unos pasos hacia la calle. —Sí. ¿Cómo te llamas? —Sami. Me voy a trabajar, espero volverte a ver. Adiós. —Eso espero. Ella se alejó entre l

DESTINO FATAL Primera parte

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La noche era larga y calmada, el tiempo transcurría lento por el silencio del ambiente, el cual no era tranquilizador, señal de triunfo ni final del conflicto. El sacerdote mayor de los incas se acercó a uno de los ingresos secretos del complejo del templo oculto con ramas, ingresó con sigilo, caminó por un pasaje corto, llegó a uno de los pequeños salones contiguos al templo en medio de la oscuridad y se aproximó al salón principal llegando a la pequeña puerta auxiliar de madera, ubicada en el extremo opuesto a la gran entrada principal, que él y sus colaboradores habían trabado con tablas, estatuas de piedra y adornos de oro y plata; desde ahí, entre las rendijas, en la penumbra, el sacerdote mayor observaba a su socio caminando cerca, sin patrón aparente, sin rumbo como sus pensamientos; de inmediato trató de llamarlo sin levantar la voz. —Amigo, amigo, ven, acércate. Ven. El hombre alejado de sus compañeros, escuchó un murmullo, sin ánimo se acercó a la puerta

Encuentro Picante segunda parte

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—Esta comida es altamente reconstituyente, el cansancio no se va a sentir y terminará la faena sin problemas. —Gracias. Con una ligera reverencia, ella se retiró, se dirigió a la cocina y regresó con una jarra de refresco que colocó sobre el asiento junto a un vaso, cada movimiento era seguido por el joven noble, quien veía sus suaves movimientos como en una danza en la que quería participar para llevarla de la mano; esa danzante, de inmediato volvió a hacer el recorrido y trajo un recipiente lleno de ajíes que comenzó a repartir con un cucharon, colocándolos en los platos de los comensales; al llegar a su sitio, le preguntó. —¿Le sirvo ají? Hatun Percay veía que todos comían ají con su comida, en medio del grupo no sabía cómo destacar para deslumbrarla, pero tampoco quería ser menos, así que viendo la olla quiso impresionar a la bella joven. —Me encanta, dame el más picante. —El más picante, le puede quemar la lengua —recalcó ella en duda por el pedido. —Si no quem