LA PESADILLA - Segunda Parte
Ambos iniciaron la corta carrera tomados de la mano, al llegar al borde del arroyo brincaron y despegaron, la orilla opuesta llena de hojas secas se veía cerca, pero el vuelo se hacía lento e interminable, de inmediato esa meta se alejaba haciendo injustificado el poco esfuerzo realizado, con desazón la pareja cayó sobre el agua hundiéndose. Bajo el agua el príncipe se vio solo, su esposa no estaba cerca, las hojas sobre el agua dejaban pasar la tenue luz del cielo nublado, pero ella no aparecía; con desesperación miraba a su alrededor, pero no la hallaba; sin perder tiempo salió a flote, respiró profundo y dejó que el agua discurriera por su corta cabellera.
—¡Mi amor! ¿Dónde estás?
Nadó hacia la orilla sin, todavía, poderla hallar, se cogió del borde del arroyo, levantó la cabeza y con sorpresa la observó apartada en medio de la pradera, seca, con su hermosa cabellera negra extendida por el viento, como si no hubiera caído al agua.
—Mi amor, ahí voy.
La tragedia no terminaba, cada vez que estiraba la mano para aferrarse a la tierra y subir, esta se desmoronaba, una y otra vez se frustraba en su intento de avanzar. La desazón llegó al ver que la silueta oscura del hombre se acercó a ella, la tomó de la mano y comenzó a caminar.
—¡No!
Su amada en silencio, sólo volteó para verlo, su mirada reflejaba tristeza, pero no hacía mayor esfuerzo por soltar su mano mientras se alejaba; la angustia e impotencia invadía al mojado esposo.
—¡No te la lleves!
El príncipe continuó con el esfuerzo parar salir del arroyo, pero los bordes se convertían en hojas que no soportaban su peso y se iban desmoronando, mientras a lo lejos las dos siluetas se perdían en el horizonte. Para completar el momento funesto, la lluvia comenzó a caer sobre la tierra ocultando las lágrimas que caían por su rostro.
—¡No me dejes!
La pesadilla provocaba que se moviera en su cama en medio de la noche, con angustia apretaba la manta y sudaba; en esa incomodidad despertaba a su esposa que se asustaba al ver a su amado, inquieto; con delicadeza lo movía para evitar que continúe su fastidio.
—Amor, despierta, ten calma.
Él despertaba lento, viéndose en la penumbra de un ambiente familiar, poco a poco reconocía la seguridad de su habitación al lado del ser amado a quien tomaba la mano; la tranquilidad llegaba y miraba el techo para repasar los detalles memorables acaecidos en su vida.
Con más calma y serenidad le narró sobre la pesadilla vivida mientras dormía.
—Al final, tu padre te alejaba de mí.
—Sólo es un sueño, debes tranquilizarte —respondió ella abrazándolo—. No te preocupes, sé que él nos protege y no nos separará.
—Tú eres, mi tranquilidad —finalizó el príncipe acariciando su rostro.
Los esposos trataron de recuperar el sueño, sin darle importancia al suceso nocturno, pero la pesadilla vivida fue un evento intenso para el príncipe.
—¡Mi amor! ¿Dónde estás?
Nadó hacia la orilla sin, todavía, poderla hallar, se cogió del borde del arroyo, levantó la cabeza y con sorpresa la observó apartada en medio de la pradera, seca, con su hermosa cabellera negra extendida por el viento, como si no hubiera caído al agua.
—Mi amor, ahí voy.
La tragedia no terminaba, cada vez que estiraba la mano para aferrarse a la tierra y subir, esta se desmoronaba, una y otra vez se frustraba en su intento de avanzar. La desazón llegó al ver que la silueta oscura del hombre se acercó a ella, la tomó de la mano y comenzó a caminar.
—¡No!
Su amada en silencio, sólo volteó para verlo, su mirada reflejaba tristeza, pero no hacía mayor esfuerzo por soltar su mano mientras se alejaba; la angustia e impotencia invadía al mojado esposo.
—¡No te la lleves!
El príncipe continuó con el esfuerzo parar salir del arroyo, pero los bordes se convertían en hojas que no soportaban su peso y se iban desmoronando, mientras a lo lejos las dos siluetas se perdían en el horizonte. Para completar el momento funesto, la lluvia comenzó a caer sobre la tierra ocultando las lágrimas que caían por su rostro.
—¡No me dejes!
La pesadilla provocaba que se moviera en su cama en medio de la noche, con angustia apretaba la manta y sudaba; en esa incomodidad despertaba a su esposa que se asustaba al ver a su amado, inquieto; con delicadeza lo movía para evitar que continúe su fastidio.
—Amor, despierta, ten calma.
Él despertaba lento, viéndose en la penumbra de un ambiente familiar, poco a poco reconocía la seguridad de su habitación al lado del ser amado a quien tomaba la mano; la tranquilidad llegaba y miraba el techo para repasar los detalles memorables acaecidos en su vida.
Con más calma y serenidad le narró sobre la pesadilla vivida mientras dormía.
—Al final, tu padre te alejaba de mí.
—Sólo es un sueño, debes tranquilizarte —respondió ella abrazándolo—. No te preocupes, sé que él nos protege y no nos separará.
—Tú eres, mi tranquilidad —finalizó el príncipe acariciando su rostro.
Los esposos trataron de recuperar el sueño, sin darle importancia al suceso nocturno, pero la pesadilla vivida fue un evento intenso para el príncipe.
Novela El Reino Inmortal
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