LA SANCIÓN - Segunda Parte
Su respiración aumentaba, la tensión a su cuerpo llegaba, sus ojos se abrían para observar a su capitán y su reacción, pero este no se movió ni habló en su defensa; ahora su desdicha aumentaba, esto sólo podía significar algo malo para su actual carrera militar. El asunto había pasado a niveles más altos, en consecuencia el castigo sería mayor.
Al ver que el oficial bajó la cabeza, el capitán intervino.
—Teniente.
Todo se convirtió en oscuridad a su alrededor con ojos que lo observaban detenidamente, pensando en que defraudaba a su familia; el apoyo de su oficial no fue el esperado; nada de esto pasaría si no le hubieran dado una misión difícil, pero su alegato cayó en saco roto. De inmediato una voz lo regresó al salón.
—¡Teniente Hualpa, mirada al frente! —Insistió el capitán con vehemencia.
—Sí, señor —respondió sin ánimo levantando la mirada.
—Una vez analizado los informes de sus superiores sobre su desempeño en el campo de batalla y concluyendo que en su estado no contribuye a los objetivos propuestos por el Inca —recalcó el general—. El consejo de guerra tomó la decisión de apartarlo de su cargo en el ejército y pasarlo a la administración del ejército, por tiempo indeterminado.
—Pero, señor; sé que puedo hacerlo mejor —remarcó casi murmurando.
—Este cambio se hará efectivo al día siguiente de haber leído esta resolución —concluyó el general—. Señores, me retiro.
El general se puso de pie sin responder los alegatos del teniente y salió del salón seguido de su secretario, mientras todos hacían reverencia; luego el quipucamayoc hizo reverencia y salió del salón seguido de su ayudante.
El capitán se acercó a Hualpa, quien quedó de pie congelado y sin reacción en medio del salón.
—Teniente, las acciones se analizan y las decisiones se toman por el bien del reino, no hay vuelta atrás; por ese bien que perseguimos usted será más útil en ese nuevo puesto que le hemos designado.
—Quedé fuera del ejército.
—¡Qué dice! —Exclamó con voz firme el capitán poniéndose delante del teniente —. Póngase firme, colóquese el casco y camine con la frente en alto, no baje la mirada.
—Sí, señor.
Luego de la fría respuesta con lentitud se colocó el casco. Hualpa no terminaba de asimilar su presente, ayer era un teniente del ejército que hacía sus rondas de vigilancia con su destacamento y para mañana dejaría de serlo; junto a su superior salieron del salón de guerra.
—Ahora vaya a su casa y mañana se reportará con su nuevo jefe inmediato.
El capitán se retiró a realizar otras labores y el, todavía, teniente caminaba hacia la puerta del cuartel general, en su trayecto un par de batallones de soldados marchaban con sus armas al hombro, al lado los sargentos ordenaban paso marcial y coordinación; otros soldados en un lado del recinto limpiaban algunos estandartes de las armas del ejército; más allá un grupo de tenientes de capa verde conversaban con un capitán de capa roja; a cada paso veía la vida que iba a extrañar.
La media mañana mostraba un cielo con nubes. Al llegar a la puerta de salida y ver su horizonte oscuro, la nostalgia empezaba dura y sola.
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