Coya Raymi (fiesta de la Situa o Citua)



              Fiesta dedicada a la Coya en el mes de septiembre

 Coya Raymi (Coya en quechua significa reina, soberana, esposa del Inca. Raymi significa fiesta de gran solemnidad).

 El Coya Raymi Quilla corresponde al décimo mes del calendario inca; en este mes se llevaba a cabo una gran fiesta dedicada a la Coya y también a la Luna (Quilla), principal divinidad femenina, se realizaba en el equinoccio de primavera en el hemisferio sur el 22 o 23 de septiembre de cada año; en esta festividad se realizaba el ritual de purificación, conocido como Citua o Situa, con el cual se expulsaban las enfermedades de la ciudad del Cuzco.

 El cronista español Cristóbal de Molina en su obra Relación de las fábulas y ritos de los Incas relata cómo se efectuaba la fiesta de la Situa o Citua. El Inca Garcilaso de la Vega narra cómo se realizaba esta fiesta en su libro Los Cometarios reales del Inca.

Los equinoccios, del latín aequinoctium (aequus nocte) o "noche igual", son los momentos del año en los que el Sol está situado en el plano del ecuador celeste. Ese día y para un observador en el ecuador terrestre, el Sol alcanza el cenit (el punto más alto en el cielo con relación al observador, que se encuentra justo sobre su cabeza, vale decir, a 90°). El paralelo de declinación del Sol y el ecuador celeste entonces coinciden.


El Inca Garcilaso de la Vega narra cómo se efectuaba la fiesta de la Citua en su obra Los Comentarios Reales del Inca, tomo II capítulo VI.

Capítulo VI: Cuarta fiesta; sus ayunos, y el limpiarse de sus males.

La cuarta y última fiesta solemne que los Reyes Incas celebraban en su corte llamaban Citua; era de mucho regocijo para todos, porque la hacían cuando desterraban de la ciudad y su comarca las enfermedades y cualesquiera otras penas y trabajos que los hombres pueden padecer: era como la expiación de la antigua gentilidad, que se purificaban y limpiaban de sus males. Preparábanse para esta fiesta con ayuno y abstinencia de sus mujeres; el ayuno hacían el primer día de la luna del mes de septiembre, después del equinoccio; tuvieron los Incas dos ayunos rigurosos, uno más que otro: el más riguroso era de sólo maíz y agua, y el maíz había de ser crudo y en poca cantidad; este ayuno, por ser tan riguroso, no pasaba de tres días; en el otro, más suave, podían comer el maíz tostado y en alguna más cantidad, y yerbas crudas, como se comen las lechugas y rábanos, etc., y ají, que los indios llaman uchu, y sal, y bebían de su brebaje, mas no comían vianda de carne ni pescado ni yerbas guisadas, y en el [un] ayuno y en el otro no podían comer más de una vez al día. Llaman al ayuno caci, y al más riguroso Hatuncaci, que quiere decir: el ayuno grande.

Preparados todos en general, hombres y mujeres, hasta los niños, con un día del ayuno riguroso, amasaban la noche siguiente el pan llamado zancu; cocíanlo hecho pelotas en ollas, en seco, porque no supieron qué cosa era hacer hornos; dejábanlo a medio cocer, hecho masa. Hacían dos maneras de pan; en el uno echaban sangre humana de muchachos y niños de cinco años arriba y diez abajo, sacada por sangría y no con muerte. Sacábanla de la junta de las cejas, encima de las narices, y esta sangría también la usaban en sus enfermedades; yo las vi hacer. Cocían cada manera de pan aparte, porque era para diversos efectos; juntábanse a hacer estas ceremonias por sus parentelas; iban a casa del hermano mayor los demás hermanos; y los que no los tenían, a casa del pariente más cercano mayor de edad.

La misma noche del amasijo, poco antes del amanecer, todos los que habían ayunado se lavaban los cuerpos y tomaban un poco de la masa mezclada con sangre y la pasaban por la cabeza y rostro, pecho y espalda, brazos y piernas, como que se limpiaban con ella para echar de sus cuerpos todas sus enfermedades. Hecho esto, el pariente mayor, señor de la casa, untaba con la masa los umbrales de la puerta de la calle y la dejaba pegada a ellos, en señal que en aquella casa se había hecho el lavatorio y limpiado los cuerpos. Las mismas ceremonias hacía el Sumo Sacerdote en la casa y templo del Sol, y enviaba otros sacerdotes que hiciesen lo mismo en la casa de las mujeres del Sol y en Huanacauri, que era un templo una legua de la ciudad, que tenían en gran veneración por ser el primer lugar donde paró el Inca Manco Cápac cuando vino al Cozco, como en su lugar dijimos. Enviaban también sacerdotes a los demás lugares que tenían por sagrados, que era donde el demonio les hablaba haciéndose dios. En la casa real hacía las ceremonias un tío del Rey, el más antiguo de ellos; había de ser de los legítimos.

Luego, en saliendo el Sol, habiéndole adorado y suplicado mandase desterrar todos los males interiores y exteriores que tenían, se desayunaban con el otro pan, amasado sin sangre. Hecha la adoración y el desayuno, que se hacía a hora señalada, porque todos a una adorasen al Sol, salía de la fortaleza un Inca de la sangre real, como mensajero del Sol, ricamente  vestido, ceñida su manta al cuerpo, con una lanza en la mano, guarnecida con un listón hecho de plumas de diversos colores, de una tercia en ancho, que bajaba desde la punta de la lanza hasta el recatón, pegada a trechos con anillos de oro (la cual insignia también servía de bandera en las guerras); salía de la fortaleza y no del templo del Sol, porque decían que era mensajero de guerra y no de paz; que la fortaleza era casa del Sol para tratar en ella cosas de guerra y armas, y el templo era su morada para tratar en ella de paz y amistad. Bajaba corriendo por la cuesta abajo del cerro llamado Sacsahuáman, blandiendo la lanza hasta llegar en medio de la plaza principal, donde estaban otros cuatro Incas de la sangre real, con sendas lanzas en las manos como la que traía el primero, y sus mantas ceñidas como se las ciñen todos los indios siempre que han de correr o hacer alguna cosa de importancia, porque no les estorbe. El mensajero que venía tocaba con su lanza las de los cuatro indios y les decía que el Sol mandaba que, como mensajeros suyos, desterrasen de la ciudad y de su comarca las enfermedades y otros males que en ella hubiese.

Los cuatro incas partían corriendo hacia los cuatro caminos reales que salen de la ciudad y van a las cuatro partes del mundo, que llamaron Tauantinsuyu; los vecinos y moradores, hombres y mujeres, viejos y niños, mientras los cuatro iban corriendo, salían a las puertas de sus casas y, con grandes voces y alaridos de fiesta y regocijo, sacudían la ropa que en las manos sacaban de su vestir y la que tenían vestida, como cuando sacuden el polvo; luego pasaban las manos por la cabeza y rostro, brazos y piernas y por todo el cuerpo, como cuando se lavan, todo lo cual era echar los males de sus casas para que los mensajeros del Sol los desterrasen de la ciudad. Esto hacían no solamente en las calles por donde pasaban los cuatro Incas, mas también en toda la ciudad generalmente; los mensajeros corrían con las lanzas un cuarto de legua fuera de la ciudad, donde hallaban apercibidos otros cuatro Incas, no de la sangre real, sino de los de privilegio, los cuales, tomando las lanzas, corrían otro cuarto de legua, y así otros y otros, hasta alejarse de la ciudad cinco y seis leguas, donde hincaban las lanzas, como poniendo término a los males desterrados, para que no volviesen de allí adentro.

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